HUGO VELAZCO FLORES: “Se sigue creyendo que un poema es un aparato puramente emotivo, lacrimógeno, que no merece mayor trabajo intelectual y mucho menos ninguna reacción crítica.”
CICLO DE ENTREVISTAS “CUARENTENA POÉTICA”
Por Víctor Coral.
-Muchos poetas suelen tener una imagen poética primera. Algo así como el primer recuerdo relacionado con la poesía, un escenario poético, una visión... ¿de tenerla, cuál es la tuya?
En mi caso fueron los libros de mi padre. Y aunque no había ningún libro de poesía entre ellos, sí figuraba un antiguo Atlas geográfico en cuya portada se mostraba precisamente al titán cargando la Tierra. Ese libro agitó mi imaginación, mi idea del mundo, todavía en la niñez. Me maravillaba observando el cielo nocturno por largas horas buscando las constelaciones que el Atlas tenía en sus primeras páginas. Fue en ese entonces que, entre disquisiciones sobre astronomía y geografías remotas, conocí los versos de Vallejo a los ocho años más o menos. Fue un encuentro misterioso; el hombre que vendía los folletos mimeografiados los recitaba con entusiasmo. Está claro que a esa edad nadie comprende a Vallejo (ahora ya no trato de descifrar sus pasajes más oscuros, me conmuevo con ese misterio), pero de alguna forma ese mismo miedo a lo desconocido, a lo insondable, era el mismo que sentía, Atlas en mano, viendo las estrellas.
-Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro. Publicaste poemas en revistas previamente, cómo lo financiaste.
Mi primer libro de poemas surgió desde la desesperación. Fue, además, una especie de arreglo de cuentas conmigo mismo, con mi historia, con la muerte, con la miseria. Se tituló Ayataki, cuya traducción aproximada al español sería "el canto del muerto". Apareció en un tiraje de apenas cien ejemplares, fotocopiado en blanco y negro, mientras cursaba la universidad, a los 17 años. Claro que había publicado con anterioridad otros poemas de iniciación en revistas del grupo poético que teníamos en la Facultad, en revistas locales y de otras regiones (he vivido casi siempre de espaldas a Lima). Viajábamos mucho por ese entonces movidos por la locura de leer nuestros versos en todas las ciudades del país. Como suele suceder, los grupos se desintegran y cada quien sigue su camino en solitario. Ya solo, publiqué los demás volúmenes de Ayataki (La memoria del cuerpo, La tierra ósea y Cartografía aplicada) siempre con mis propios peculios pese a la dificultad económica propia de un estudiante universitario y del docente recién egresado.
-¿Qué opinas de los concursos de poesía? ¿Participas de ellos? ¿Crees que es esencial para hacer lo que llaman una "carrera poética"?
Un colega sanmarquino me dijo por esos años que en el país solo había dos formas de hacerse conocido en el mundo literario: coquetear con un editor influyente o hacerse de un premio literario prestigioso. En mi grupo creíamos que esas eran tonterías, que la literatura no tenía porqué rebajarse a tales despropósitos. Se debía, en parte, a la visión romántica y anarquista que teníamos y porque, además, preferíamos la bohemia antes que la farándula y los reconocimientos. Sin embargo, tiempo después, en un congreso de lingüística y literatura, me vi en la obligación de participar del concurso que organizaba dicho evento a falta de que alguien más de mi delegación que lo hiciera. Como se intuye, gané el concurso, y el del siguiente año y varios de los que vinieron luego. Parecerá gracioso, pero en lugar del premio económico (que jamás cumplían en otorgar), me gustaba la idea de ser premiado por escritores que de otra forma me era difícil conocer. De esa forma conocí a Oswaldo Reynoso, por ejemplo, o a Carlos Eduardo Zavaleta, dos narradores que valoro mucho. Luego he participado en varios concursos nacionales y locales, ganándolos o quedando entre los finalistas siempre. Pienso que los concursos son importantes para efectos de publicidad y marketing, pero que de ninguna forma determinan el valor y la trascendencia del poema o del oficio del poeta. Cuántas veces he preferido a los perdedores de esos certámenes en oposición al flamante ganador. He hallado muchas veces en ellos poesía más sincera, de mejor gusto, de factura más delicada, más trascendente. Entiendo, finalmente, que el poemario ganador es siempre el que en última instancia satisface el gusto de los jurados, y contra ello nadie puede hacer nada (hubo, para ejemplo, ocasiones en que un poemario mío no ganó en un concurso y en otro sí); no escribo para concursos, escribo para relacionarme con el mundo.
-En términos generales, desde la segunda mitad del siglo veinte la gran influencia de la poesía latinoamericana se desplazó de la poesía española hacia los clásicos del idioma inglés (Eliot, Pound, otros). ¿Cuáles crees que son las influencias actuales?
He notado, en el entorno que frecuento, además de un interés constante por lo oriental, la poesía japonesa, china, la mirada hacia lo autóctono, una especie de revaloración de la tradición, de los temas y de la cultura local. Conozco, asimismo, poetas de países vecinos que hacen lo mismo, sin dejar de seguir a los clásicos en inglés, apuestan por lo nacional, lo regional. Esto ha dado pie, inclusive, a la organización de certámenes de poesía en lenguas originarias, o sobre contextos nativos. Cosa que considero realmente importante.
-Cuáles son para ti los poetas vivos más importantes de tu país y por qué?
Es algo complejo hacer una lista sin que ronde por la mente el carácter ambiguo que adquiere la etiqueta "poeta importante" que señala la pregunta. En todo caso puedo citar nombres de poetas que han resistido en el tiempo afinando sus propuestas estéticas y que ahora vienen a ser parte de nuestro patrimonio cultural vivo, principalmente de la zona central del país que es lo que mejor conozco. Hablo de Marcial Molina en Ayacucho, Samuel Cardich en Huánuco, Sergio Castillo, Víctor Ladera Prieto y Gerardo Garcia Rosales en Junín, Carlos Zúñiga en Huancavelica.
-¿Qué opinas de las opciones poéticas metaescriturales, digamos poesía sonora, poesía visual, etc?
Fueron formas que me sedujeron siempre. Experimenté, hace algunos años, con un libro de poesía visual a la que pretendí denominar Ciberpoesía, Machinema, Holopoiesis..., en la que confluían elementos y recursos propios del mundo digital (videos, lenguaje de programación, twits, links, hipertextos, etc.). Pienso que es un terreno vasto que en algún momento deberé retomar, me alienta pensar en las múltiples posibilidades que pueden ofrecerle a la poesía prescindiendo de la palabra.
-En tu opinión cuál es la relación entre el poeta y el ejercicio de la crítica literaria. ¿Crees que la mirada crítica es importante para el poeta de hoy?
Definitivamente. Creo en la crítica. La respaldo. Pero no creo en los jueces y en esa forma arcaica de ejercer ese hermoso oficio. No creo en quienes utilizan maliciosamente la crítica para favorecer grupos, cánones o poetas corruptos. Creo que el poeta va adelante, detrás de él el crítico siguiéndole los pasos en su afán por comprender (esto es analizar y evaluar) el producto que es el poema. Creo también, como lo creyó la generación española del 27, que el poeta debe ser su primer y más estricto crítico; hoy, lo que puedo apreciar en quienes empiezan a escribir sus primeros poemas, es el rechazo hacia la esfera intelectual que, quieran o no, forma parte de la creación poética, una tara que bien lo comentó Juan Acha en su momento respecto de los artistas latinoamericanos. Así, se sigue creyendo que un poema es un aparato puramente emotivo, lacrimógeno, que no merece mayor trabajo intelectual y mucho menos ninguna reacción crítica. Jaime Jaramillo ha dicho que el arte inseguro teme a la crítica porque le revela sus fallas. Nada más contundente.
-Internet ha propiciado o, por lo menos, ha revelado una difusión y práctica inusitada de la poesía. Cada vez hay más poetas en todos lados y ya casi se pierde en el relativismo el ejercicio poético. ¿Crees que no se puede decir a nadie que no es poeta o consideras necesario establecer un rasero, un parámetro?
Era previsible. Hay, inclusive, softwares que arrojan poemas al gusto del cliente. Pareciera que el título de poeta se ha hecho cada vez más connatural al hecho de que alguien escriba un poema, así fuera uno solo. Me quedo con la idea de Robert Graves que el título de poeta llega solo con la muerte. Eso implica haber persistido toda una vida en la búsqueda de la poesía, no en los premios, no en el marketing, no en las relaciones sociales.
-¿Cuánto tiempo dedicas a la escritura y a la lectura? ¿Los practicas diariamente o te sometes a los dictados de la inspiración?
Soy desordenado. Leo ahora más en formato digital que libros físicos, aunque realmente prefiera estos últimos por sobre todas las cosas. Leo tanto literatura como textos referidos al análisis o a la crítica, esto por la carrera que he seguido, por los estudios de posgrado y, desde luego, porque es lo que me acerca al arte literario. Sin embargo, me maravillo más con lectura de otras materias, me encanta el ocultismo, por ejemplo, las matemáticas, la astronomía (como hace tantos años), la botánica, la historia (he hecho las veces de arqueólogo), la taxidermia, la zoología, el folclor, la gastronomía... Y escribo mucho a mano, a la manera antigua, varias horas a la semana, si se trata de narrativa que es otra de mis pasiones. La poesía, no obstante, la escribo cuando siento la necesidad de decir algo valioso, de relacionarme con el misterio de las cosas.
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