el tiempo como crítico y consuelo
"comenzamos nuestra digna carrera literaria con las más altas y prístinas expectativas. a medida que nuestra edad y nuestros contratiempos literarios avanzaron, calibramos la medida de nuestras ansias hasta empatarlas con el real sustento de nuestro escuálido talento. llegados los cuarenta o alrededores, nos dimos cuenta que no íbamos a llegar ni siquiera a la mitad del camino vislumbrado mimosamente cuando jóvenes; entonces empezamos a pensar y actuar de acuerdo con nuestros mezquinos intereses literarios. nos volvimos amigos de quien convenía, enemigos de quienes otros despreciaban y callamos cuando se debía o se suponía que debíamos callar, para no perjudicar la trayectoria ahora modesta de nuestra obra. aspiramos a mucho menos, pero nuestra mundanalidad creció mucho más. nos hicimos literariamente correctos y, como dice la vieja canción, no quedamos nunca mal con nadie que pudiera aportar algo a nuestra ahora atesorada carrerilla literaria. Pero el tiempo --ese gran desconocido de cuya materia estamos hecho-- siguió implacable y nos vimos cada vez más cerca del acantilado profundo y desagradable del olvido. entonces sacamos ese as último de la vieja manga ya raída: el tiempo como crítico literario y consuelo del escritor frustrado. reducimos así, el que acaso sea el vector existencial fundamental de lo existente a un simple ordenador benevolente de las cosas que andan mal sobre la tierra. en especial del acontecer literario. el tiempo, entonces, será nuestro justiciero. acallará nuestra sorda furia (porque hay que guardar las formas, ¿no es cierto?, porque no podemos darle el gusto a nuestro enemigos de cebarse con nuestras frustraciones). sanará nuestras heridas narcisistas y nos pondrá en el lugar que los mercaderes de la literatura nos arrebataron en el parnaso literario. el tiempo, sí, el tiempo, ese crítico implacable, justo y magnánimo tan parecido a un Cristo redentor. ¿no es así?"