JOSÉ ROSAS RIBEYRO: “¿Qué importancia le concedo a la crítica? A lo más me provoca una curiosidad no desprovista de ironía, en la gran mayoría de los casos.”
CICLO DE ENTREVISTAS "CUARENTENA POÉTICA"
Por Víctor Coral.
-Muchos poetas suelen tener una imagen poética primera. Algo así como el primer recuerdo relacionado con la poesía, un escenario poético, una visión... De tenerla, ¿cuál es la tuya?
La primera imagen poética que tengo es mi padre en estado de ebriedad leyendo en alta voz y en inglés a poetas británicos románticos, los cuales -según él-, eran los únicos que valían la pena. También recitaba, casi a gritos, "The Bells" y "Anabel Lee" de Edgar Allan Poe, aunque solía decir que eso era pura mierda. Lo extraño de todo es que, fuera de esos momentos de borrachera "poética", mi padre no leía nada de poesía, sólo novelas policíacas. Yo, en ese momento, en la pubertad, a los 11 o 12 años, probablemente sólo conocía "La niña de la lámpara azul", "Tristitia", "Los heraldos negros", "Reír llorando" y "Los caballos de los Conquistadores", y poco más. Creo recordar, además, que era adolescente cuando compré mi primer libro de poesía: una pequeña antología en español de poemas de Lord Byron.
-¿Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro? ¿Publicaste poemas en revistas previamente? ¿Cómo lo financiaste?
Estando en el colegio, en quinto año de secundaria, sacamos una publicación con poemas de siete compañeros de la sección de Letras, yo comprendido. Se tituló Géminis 7. Luego, el que considero mi primer poema publicado, salió en el suplemento Dominical del diario El Comercio, cuando yo tenía unos 17 o 18 años, creo. Dirigía esa publicación Manuel Jesús Orbegozo, quien no dudaba en publicar una semana a un joven muy joven, y en la semana siguiente a un poeta ya consagrado. Por esa época, 1967, saqué con algunos compañeros en San Marcos, la revista Estación reunida, y allí aparecieron poemas míos junto a algunos de Oscar Málaga, Tulio Mora, Elqui Burgos, José Watanabe y otros jóvenes poetas de la época. Ya en ese momento andaba yo buscando conocer otra poesía peruana: 5 metros de poemas y La casa de cartón, que los fui a descubrir a la Biblioteca Nacional, y poemarios de jóvenes de la época como César Calvo, Javier Heraud, Antonio Cisneros... Años después, en 1975, ya tenía preparado un primer libro que quería publicar. Se titulaba Murciélago limeño. Film en súper 8. Ya lo estaba diagramando e ilustrando una artista peruano-japonesa muy destacada en ese momento, cuando me vi obligado a viajar a México deportado por la dictadura de Velasco. Así, pues, ese libro no se editó nunca y gran parte de los materiales se perdieron. ¿Cómo esperaba financiar esa publicación? Pues como lo hacía todo el mundo en esa época: metiendo la mano en la billetera. Algo de dinero tenía porque trabajaba en el Ministerio de Educación, había solicitado un préstamo y, además, era el responsable de la sección cultura de la revista Marka.
-¿Qué opinas de los concursos de poesía? ¿Participas de ellos? ¿Crees que es esencial para hacer lo que llaman una "carrera poética"?
Tengo una opinión bastante negativa de los concursos en general y de los de poesía en particular. Sin embargo, participé en dos y me premiaron. Por un lado, fueron los Juegos Florales de San Marcos, donde quedé segundo y, años después, participé en el concurso José María Arguedas organizado por el Centro Cultural Peruano-Japonés. En este caso, el jurado conformado, entre otros, por Antonio Cisneros, me otorgó el primer premio, por un libro que sería, más o menos, el que quise publicar después. Ese concurso cambió luego de nombre: ahora se llama “José Watanabe”, en recuerdo del gran poeta y buen amigo. Después de eso, nunca más he participado en concursos y, como decía antes, tengo una opinión bastante negativa de ellos porque creo que, por lo general, están falseados por el amiguismo. Finalmente, lo de la "carrera poética". Según yo "carrera" y poesía no tienen nada que ver juntas. La poesía no es como la medicina, la ingeniería o el derecho, especialidades en las que se hace carrera; tampoco se la puede vincular con la hípica o el atletismo, actividades en las que la carrera es un elemento esencial. Sin embargo, y lamentablemente, para muchos la poesía es una verdadera carrera en la que todo vale, como en la sociedad neoliberal. Yo suelo decir, como José María Arguedas, que no soy un escritor profesional, justamente para mantenerme al margen de toda carrera. He publicado poesía y narrativa, crónicas y entrevistas, hago fotos y construyo "poemas visuales" que son collages fotográficos, pero no considero hacer carrera en ninguna de estas disciplinas. Además, huyo del "mundillo poético" como de la peste.
-En términos generales, desde la segunda mitad del siglo veinte la gran influencia de la poesía latinoamericana se desplazó de la poesía española hacia los clásicos del idioma inglés (Eliot, Pound, otros). ¿Cuáles crees que son las influencias actuales?
Creo que hoy las influencias son extremadamente variadas debido a que, por un lado, es más fácil acceder a libros provenientes de diversos horizontes literarios y, por otro, la tecnología digital permite ampliar casi al infinito la mirada hacia la poesía (y no solo hacia la poesía) que se viene realizando por todas partes del mundo. Creo, sin embargo, que la poesía en lengua inglesa y francesa sigue influyendo poderosamente. La novedad es tal vez que ahora la propia poesía latinoamericana ejerce influencia en los jóvenes. Seguidores de Vallejo, Paz, Parra, Neruda y algunos otros, hay por montones, creo.
-Cuáles son para ti los poetas vivos más importantes de tu país y por qué?
Creo que muchos de los mejores poetas vivos del Perú ya están muertos. Es decir, son poetas que físicamente ya no están entre nosotros pero que siguen vivos, más vivos que muchos vivos que ya están muertos. Esos vivos que ya murieron son, evidentemente, Vallejo, Moro, Westphalen, Delgado, Hinostroza, Cisneros, Ramírez Ruiz, Watanabe, Verástegui, Mora y algún otro que sin querer olvido. Vivos muertos hay bastantes: algunos fueron interesantes en sus comienzos, pero luego, metidos de lleno en la "carrera" de poetas o en la de académicos, perdieron la llama ardiente de la poesía y dejaron de hacer una poesía quitasueño, como proclamaron Moro y Westphalen en un magnífico manifiesto publicado en Uso de la palabra, y se dedican a construir poemas y libros que son verdaderas adormideras, obras sin fuego, sin tsunamis ni terremotos. Sigue viva también la poesía que despeinó hace más de 40 años a los académicos engominados y apolillados, es decir, la poesía de Hora Zero. No estoy al corriente de toda la nueva poesía peruana, pero tengo la impresión de que mucho de lo mejor está escrito por mujeres que se sitúan o no en las huellas de Noches de adrenalina. Puedo mencionar a Montserrat Álvarez, Magdalena Chocano, Valeria Marroquín y otras voces que proponen una mirada diferente, un trabajo con el lenguaje que no corresponde con el de la tradición y una osadía expresiva digna de reconocimiento. En medio de esa valiosa ola de poesía escrita por mujeres, resiste muy bien la de Jorge Pimentel, Óscar Málaga, Elqui Burgos, Jorge Nájar y algunos otros. Entre esos otros debo mencionar a Marcial Molina Richter, autor de un libro esencial, La palabra de los muertos o Ayacucho hora nona: nadie como él ha sabido transformar en poesía perturbadora la violencia de los años del conflicto armado interno.
-¿Qué opinas de las opciones poéticas metaescriturales, digamos poesía sonora, poesía visual, etc?
Tengo muy buena opinión de esas opciones que, a menudo, rompen con la monotonía de una poesía que no exalta los sentidos, no emociona, no empuja a la reflexión, no transforma en nada al lector. La experimentación, la búsqueda, la curiosidad, creo que han sido siempre positivas para la poesía y siguen siéndolo. Pero es verdad que en el Perú, a diferencia de otros países latinoamericanos, como Brasil, por ejemplo, estas opciones no tienen mucha cabida o son ignoradas por una crítica que es muy conformista y conservadora. En mi caso personal, no me interesa la problemática de los géneros: todo depende de a dónde se quiera ir. Es como elegir entre la bicicleta, la moto o el automóvil para desplazarse: la elección debe hacerse considerando a dónde se quiere ir y qué dificultades presenta tal o cual camino. Yo, además de tres libros que, si se quiere, se pueden incluir dentro del rubro poesía, he publicado una especie de novela, un libro de relatos y un primer volumen de un diario que vengo escribiendo desde 1977. El año pasado este libro, Cuadernos de pasión y desasosiego, fue presentado en la FIL pero, en paralelo, en una galería de Miraflores, presenté una doble exposición fotográfica: Bellas durmientes / Mujeres libres, y Poemas visuales, precisamente, nombre que le doy a los collages fotográficos que construyo de la misma manera que un poema escrito. Es claro, pues, que para mí todos los caminos, las experiencias, las búsquedas, los ensayos son válidos en sí. Ya después se verán los resultados. La historia tiene, a final de cuentas, la palabra.
-En tu opinión ¿cuál es la relación entre el poeta y el ejercicio de la crítica literaria? ¿Crees que la mirada crítica es importante para el poeta hoy?
Tengo la impresión —pero tal vez me equivoque—, que hoy en día, en muchos lugares, la crítica es un dominio reservado de los académicos, lo cual la convierte en un ejercicio bastante insoportable al que no me acerco ni por pura curiosidad. Creo que cada vez hay menos críticos creativos, esos que, desde su propia sensibilidad y subjetividad como lectores, aportan nuevos ángulos de lectura de un poema o de todo un libro. Esos críticos, en parte, eran ellos mismos poetas, mientras que los que ahora abundan suelen ser profesores que aplican un método aprendido e impersonal para juzgar y valorar las obras. En nuestro medio hay un problema adicional y es que, además de esta aburrida crítica académica, hay una "crítica" (así entre comillas) que se ejerce, aunque en proporciones mínimas, a través de la prensa. Más que crítica (sin comillas) son comentarios superficiales, a menudo influidos por la relación de amistad que tiene el escribidor con el autor del que trata. Sí, el famoso amiguismo, que tanto daño le hace a nuestra literatura y no sólo a ella. En Francia le llaman a eso el "renvoi d'ascenseur" lo cual, de manera figurada, expresa que, de una manera u otra, uno "paga"a otro un servicio recibido. Dicho de otra manera: "hoy por ti, mañana por mí": escribe algo positivo sobre mi libro y mañana yo haré lo mismo sobre el tuyo. Eso existe en todas partes, y mucho, por ejemplo, en Francia, lo cual es nefasto, creo yo, pero lo es más aún en países como el Perú en que, a diferencia de Francia, el espacio que ocupan los libros en la prensa es mínimo. Dicho todo esto, ¿qué importancia le concedo a la crítica? A lo más me provoca una curiosidad no desprovista de ironía, en la gran mayoría de los casos. Y, excepcionalmente, una iluminación que ayuda a ver lo que uno mismo no ve cuando escribe un poema, compone un libro o construye un poema visual.
-Internet ha propiciado o, por lo menos, ha revelado una difusión y práctica inusitada de la poesía. Cada vez hay más poetas en todos lados y ya casi se pierde en el relativismo el ejercicio poético. ¿Crees que no se puede decir a nadie que no es poeta o consideras necesario establecer un rasero, un parámetro?
Lautréamont escribió alguna vez que la poesía debía ser hecha por todos. En su época dicha frase expresaba ni más ni menos que una utopía. Hoy, en cambio, Internet y la tecnología digital hacen eso posible. Y en las redes se puede encontrar poesía para todos los gustos, lo cual, en sí, me parece positivo. No quiero decir con esto que para mí todo esa poesía tenga el mismo valor. Pero, desde ya, tiene el valor de existir. Y no tengo la arrogancia de creer que puedo yo decidir quién es poeta de verdad y quien no, arrogancia muy presente en el egocéntrico mundillo de los poetas. Si miramos el asunto con una perspectiva histórica se puede comprobar que los errores al establecer parámetros o cánones son muy frecuentes y que autores y/o libros que ayer fueron despreciados o ignorados hoy tienen un enorme prestigio. Eso suele ocurrir, creo yo, con las obras y los autores que se adelantan a su tiempo. Un solo ejemplo en el caso del Perú: cuando se publicó Trilce se dijeron horrores sobre esa poesía e incluso se aconsejó al autor que se suicidara, o algo así. Hoy, sin embargo, se considera (y yo también considero) que es la obra más importante de Vallejo, quien, hoy por hoy, está situado en la cumbre de la poesía en castellano y más que eso aún. Martín Rodríguez-Gaona, un poeta y ensayista peruano residente en Madrid, ha estudiado el fenómeno que señalas en tu pregunta enfocándolo en el caso español. Fruto de ese trabajo son, principalmente: La lira de las masas. Internet y la crisis de la ciudad letrada y Decir mi nombre. Muestra de poetas contemporáneas desde el entorno digital. En el prólogo de este último libro, que es una antología muy interesante, acompañada con apreciaciones críticas y entrevistas, Rodríguez-Gaona escribe: "...cada vez cobra mayor consenso que el surgimiento de internet representa el cambio de paradigma cultural más importante desde la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. El ejercicio público y masivo de textos e imágenes en tiempo real implica, por consiguiente, la yuxtaposición y la paulatina superación de soportes artísticos y estilos tradicionales." Y el compilador de la antología precisa luego que en este fenómeno profundamente transformador las mujeres vienen desempeñando un papel protagónico; mujeres, que no por nada, son poetas nativas digitales. La antología presenta, pues, a 16 poetas mujeres que han utilizado y/o utilizan aún las redes sociales para dar a conocer su poesía. 16 mujeres cuyo quehacer poético muestra calidad en la factura, aunque, como es normal, en su poesía hay para todos los gustos. Con esto creo contestar a tu pregunta y reafirmar mi convicción de que por las redes, desde los más diversos universos sociales, económicos, culturales y lingüísticos, se está escribiendo mucho de la mejor poesía de hoy y de mañana.
-¿Cuánto tiempo dedicas a la escritura y a la lectura? ¿Las practicas diariamente o te sometes a los dictados de la inspiración?
Eso de la inspiración remite a una concepción romántica de la poesía que no es para nada la mía. Tampoco me inscribo en la práctica de quienes se consideran, como llamaba irónicamente Godard a ciertos cineastas, "profesionales de la profesión" y que, en este caso, reemplazo, por supuesto, a cineastas por poetas. Dicho esto, puedo precisar que no tengo planificado en ningún lugar cuánto tiempo diario, semanal, mensual o anual dedicaré a la poesía escrita o visual, cuánto a la narrativa y cuánto a mi diario. Yo, ante la creación, soy muy instintivo. Y mi instinto lo suelen alimentar, motivar, imágenes visuales, fragmentos de realidad que sirven de detonante para la construcción de un poema, un libro o un collage fotográfico. Algo similar me ocurre con la lectura. Tengo la manía de comprar libros todo el tiempo, lo cual da por resultado que siempre tengo una parte importante de mi biblioteca dedicada a los libros aún no leídos. Pues bien, lo que suelo hacer es dirigirme a ese sector de la biblioteca y, casi por azar, escoger el libro que comenzaré a leer. A ese libro le dedicaré más o menos tiempo diario conforme consiga atraparme. Pueden ser muchas horas, en cualquier momento del día o de la noche, o periodos más cortos cuando una lectura me es menos gozosa. Antes, por disciplina, me obligaba a no abandonar nunca un libro sin haberlo concluido, hoy ya no es así, y si un libro me hastía, por la razón que sea, va a dar a un rincón de mi mesa de noche de donde, tal vez un día, salga y me conquiste en una segunda oportunidad que quizás le otorgue. Además de leer, a mí me alimenta mucho el cine, el teatro y las exposiciones de todo tipo de arte visual, y a esas actividades suelo dedicarles una parte importante de mi tiempo.
-Explícanos algunos detalles sobre tu proceso creativo. ¿Escribes a mano o de frente en computadora? ¿Cómo surgen los poemas en ti, empiezan con el primer verso, con una imagen, un tema específico?
Ya he respondido en parte a esta pregunta al contestar la anterior. Sobre todo, a la segunda parte de ella. Vamos, pues, a ocuparnos sobre todo del primer aspecto. Cuando yo era joven, un adolescente que trataba de escribir poemas, lo hacía a mano, en cuanto papel blanco encontraba y en cuadernos de cualquier tipo, sobre todo en la parte de atrás de aquellos correspondientes a los cursos que detestaba, como matemáticas, física y química. En esa época soñaba con tener una máquina de escribir para, por un lado, hacer las tareas escolares sin tener que llenar las hojas con mi horrible caligrafía y, por otro, principalmente, para transcribir los poemillas que garabateaba por todas partes. Con ese objetivo participé en un programa televisivo de preguntas y respuestas, que animaba Kiko Ledgard, y con lo que gané en él pude realizar mi pequeño sueño adolescente: comprarme una máquina de escribir portátil. Fue una Olympia de color gris muy oscuro y de segunda mano. Desde entonces, procedo de la misma manera: escribo los poemas a mano y luego los introduzco, ahora, en la computadora. Dejo reposar el texto y pasado un tiempo imprimo copias en papel y en ellas voy corrigiendo, añadiendo, recortando. A diferencia de eso, mi novela País sin nombre y mi libro de relatos No recomendado para señoritas fueron escritos directamente utilizando el procesador de textos de la computadora. Creo que sin ella no los hubiera podido escribir nunca. Otro de mis trabajos es un diario que empecé a escribir en 1977, en París, del que se publicó en 2019 un primer volumen titulado Cuadernos de pasión y desasosiego. Este trabajo lo realizo igualmente a mano, en cuadernos en los que ahora suelo también escribir los poemas.