OLINKA: EL PROTAGONISTA ES EL LENGUAJE
Al leer la reciente novela de Antonio Ortuño, Olinka (Seix Barral, 2019) no pude evitar recordar libros como Tres tristes tigres, o como Conversación en La Catedral, y también varias novelas de Lou Ferdinand Céline, entre tantos otros libros basados en su forma especial de utilizar la lengua para narrar la historia que quieren referir (ahora mismo recuerdo Abrapalabra, de Britto García). En este caso, especial, el narrador se vale de su peculiar lenguaje, mezcla de mexicanismos, castellano escueto, estilo seco, cortante aunque brillante como una navaja a medianoche, para referir la historia de un clan familiar que confinó al protagonista diegético de la historia, Aurelio Blanco, a una larga y penosa estadía en una cárcel mexicana con la promesa de resarcir su inmolación a su salida. Como se podía esperar, solo obtuvo abandono y olvido de sus consanguíneos.
La salida de Blanco de la cárcel y su posterior periplo en busca de justicia, coincide con el descubrimiento del lector de que, como en la vida, no existen malos ni buenos, sino solo hombres humillados, ofendidos, llenos de rencor y de furia y que parecen no significar nada (parafraseando la famosa cita del viejo Shakespeare).
Lo que distingue a Olinka, lo que la diferencia de cualquier otra novela sobre la violencia en México o en cualquier otro país, es el manejo del lenguaje. Ya hemos caracterizado el castellano ortuñano, no voy a incidir de nuevo en ello. Voy, sí, a resaltar la feliz concatenación que existe entre ese lenguaje violento, cortante, bello como un buen derechazo en una pelea callejera, y los temas que trata el autor. Esta vez el tema que se beneficia con el tratamiento que da Ortuño a sus preocupaciones es Guadalajara y el oscuro asunto de las movidas inmobiliarias y el lavado de dinero. Un tema, como se ve, muy común a muchas urbes latinoamericanas desde hace décadas.
Es más, de ello podemos leer en los diarios o en algún libro de investigación periodística. El notable plus que da el autor al tema es precisamente el lenguaje literario --tan atinado para su objeto-- con que trata su historia. Hasta el punto que podemos afirmar, por todo lo dicho anteriormente, que Ortuño ha logrado que el verdadero protagonista de lo que escribe sea su lenguaje. Su idiosincrásica forma de sentir y expresar lo que quiere referir. Eso, tan difícil de alcanzar, es un logro mayúsculo para un hombre nacido apenas en 1976. Talento, pues, y capacidad de trabajo, le sobran. Y sus diégesis no se resienten con esta característica tan especial de su narrativa. Olinka es, así, imprescindible dentro de la carrera fulgurante de uno de los mejores narradores hispanoamericanos vivos.