William Velázquez Vázquez: “Lo que me parece realmente grave es andar diciéndose poeta uno mismo (...) Eso es algo prepotente. No nos corresponde a nosotros autoproclamarnos como tales.”
CICLO DE ENTREVISTAS "CUARENTENA POÉTICA"
Por Víctor Coral.
-Muchos poetas suelen tener una imagen poética primera. Algo así como el primer recuerdo relacionado con la poesía, un escenario poético, una visión... De tenerla, ¿cuál es la tuya?
Probablemente mi primer recuerdo de la poesía se remonta a mi infancia temprana. Fui un niño curioso que desde muy pequeño me sentí atraído por los libros y todo lo que había dentro de ellos. Las letras, los dibujos, los colores tenían para mí más atractivo que los juguetes o la televisión. Por mi propia insistencia y el apoyo de mi madre que evacuaba mis dudas sobre el entonces desconocido mundo del alfabeto, aprendí a leer a los cinco años de edad. No recuerdo cómo fue el proceso de aprendizaje, sólo sé que un día me levanté y tomé un libro que era utilizado en las escuelas costarricenses, me senté en la sala de la casa y empecé a leerlo de corrido. Ni siquiera asistía a la preescolar. Mi mamá se acercó extrañada y cuando corroboró que no estaba repitiendo de memoria las oraciones, sino leyéndolas, se lo contó a mis hermanas. La mayor de ellas tuvo la genial idea de llegar unos días después con un librito de poesía infantil para mí, titulado El color de los sueños, de la autora costarricense Floria Jiménez, e ilustrado por Vicky Ramos. Leerlo, comparar las rimas al final de los versos, descubrir que en una hoja de papel las palabras pueden desarrollar un ritmo similar al de una orquesta, y hacer la comparación del mensaje de los textos con las imágenes de cada uno, fue para mí toda una revelación. No se lo dije a nadie, pero para mis adentros pensé que sería bonito llegar a escribir por lo menos un libro algún día. Después vino la escuela y yo garabateaba cuentos o cancioncillas pueriles en mis ratos libres, siempre acompañadas de dibujos, y cuando entré a la secundaria mi pasión por el rock en español (eran los días de gloria de Soda Stereo, Enanitos Verdes, Hombres G y muchos otros) me impulsaron a escribir textos propios con la intención de ponerles luego una melodía y, quizás, formar una banda con algunos compañeros. Pero como tengo pésima voz y siempre fui un guitarrista mediocre, me dio pena intentar lo de la música, así que me quedé con el pasatiempo de escribir solamente, y siempre en secreto. Me sobrarían dedos en una mano si contara las personas que supieron de mi gusto por la poesía antes de mis veinticinco años.
-Cómo fue el proceso de escritura de tu primer libro. Publicaste poemas en revistas previamente, cómo lo financiaste.
Aunque hay una diferencia de dos años entre la publicación de mis dos primeros libros, no puedo distinguir bien cuál fue el primero que comencé a escribir. Aparte de eso, apilé desde mis años de colegio varios cuadernos que no eran más que ejercicios entusiastas, previos a la escritura de mis obras publicadas. Pero si nos ubicamos por fecha, el modus operandi de escritura de Los dictados del mar fue algo inusitado. Ya tenía cierto tiempo como miembro del Taller Literario Nuevo Paradigma, impartido por el poeta Juan Carlos Olivas, iniciativa de Turrialba Literaria, un movimiento que desarrolló en mi pueblo natal la profesora Mar Russo, quien años después fundó la editorial Nueva York Poetry Press. De no ser por ellos dos, todavía hoy seguiría escribiendo en mi casa, a escondidas hasta de mi familia. Además, contaba con una mínima experiencia como redactor de artículos de opinión, cuentos, ensayos y uno que otro poema en un par de revistas locales. Pero definitivamente el taller nos abrió las puertas de un mundo de autores y movimientos poéticos increíbles que amplió nuestros horizontes, y fue allí donde empecé a gestar algunas ideas con más duda que fe. Mi primera intención fue escribir un poemario donde pudiese rendir homenaje a la música que marcó mi vida, hasta lo bauticé de entrada como Tocadiscos porque tenía claro lo que quería hacer. Pero el desarrollo del mismo se complicó más de lo imaginable. En uno de esos lapsos de revisión y desaliento, nos dimos unas pequeñas vacaciones familiares por la costa caribe de Costa Rica y, como por ensalmo, una vez que puse un pie en el agua del mar, sentí una voz interior que me invitaba a tomar nota de sus designios. Como soy un lector asiduo, siempre cargo conmigo algún libro y un cuadernillo para anotar citas que me llaman la atención, así que tuve que salir del agua, buscar mi mochila y empezar a escribir bajo una palmera lo que a la postre fue la columna vertebral de mi primer libro. Fue un viaje de tres días en los que no tuve tranquilidad porque todo lo que veía a mi alrededor se convertía en una imagen potencialmente poética. Escribí mientras mis hijos se daban un chapuzón, mientras cenábamos, mientras mi familia dormía, incluso mientras viajábamos de vuelta a nuestra casa. Luego vino el tiempo de revisar y pulir lo que se escribió bajo las leyes del impulso y el asombro, adjuntar algunos poemas anteriores que calzaban con la temática, escribir algunos nuevos que complementaran las ideas ya redactadas y unieran los cabos que parecían andar sueltos, y más tarde lo dejé reposar algunos meses para leerlo en frío y darle un nuevo retoque antes de someterlo a la revisión de algún poeta con mayor experiencia. Así que podría decirse que, en un lapso de dos años, la redacción de Los dictados del mar se interpuso o caminó al lado del proceso creativo de Tocadiscos. Una vez que me sentí satisfecho con lo que había quedado después de tantas correcciones, me atreví a presentarle el boceto a Nueva York Poetry Press, y fue aceptado para publicarse en la colección Museo Salvaje, que reúne bajo un homenaje a la gran poeta argentina Olga Orozco, a poetas latinoamericanos consagrados y emergentes. Se publicó finalmente en 2018.
-¿Qué opinas de los concursos de poesía? ¿Participas de ellos? ¿Crees que es esencial para hacer lo que llaman una "carrera poética"?
Hablar de los certámenes literarios me parece un tema delicado, pues se corre el riesgo de herir susceptibilidades. En mi caso, no he participado nunca de un concurso por una cuestión de responsabilidad con la poesía y de honestidad hacia mí mismo. Soy un lector comprometido, analizo lo que leo con toda la atención que me permitan mis propias limitaciones, así que sé diferenciar la buena poesía del intento llano por crearla. Y como soy tan autocrítico, puedo decirte que me siento satisfecho con lo que he escrito hasta el momento, pero entiendo que el camino que hay por delante es largo, lleno de obstáculos y que, por lo general, no alcanza una vida para terminar de recorrerlo. Así que no envío textos a concursos porque sé que hay mucho trabajo que hacer, busco una voz propia y eso sólo se logra con lectura, trabajo concienzudo y humildad. Le tengo un tremendo aprecio a la poesía, y si llega el momento en que sienta que una obra mía tiene el nivel necesario para someterlo a la opinión de un jurado, tal vez considere la posibilidad. Por lo pronto, respeto a quienes escriben explícitamente para ganar un certamen, a los que vociferan en pro o en contra de los mismos, a los que prefieren escribir y financiar sus propios libros, a los que buscan la gloria o el anonimato. Todos tenemos diferentes maneras de pensar y derecho a ponerlas en práctica. Lo que uno debe tener claro es qué podemos aportarle a la poesía, y cómo queremos que esa contribución sea recordada. Hay poetas que forjaron una carrera literaria porque los galardones obtenidos respaldaron la calidad de su obra, pero también conozco muy buenos poetas que nunca ganaron un solo premio y sin embargo hicieron su camino gracias a la honestidad de su trabajo, disfrutaron el periplo y con ello se ganaron la admiración y el cariño de su público. Pensando a futuro, si me pusieras a escoger uno de los dos rumbos, yo elegiría este último.
-En términos generales, desde la segunda mitad del siglo veinte la gran influencia de la poesía latinoamericana se desplazó de la poesía española hacia los clásicos del idioma inglés (Eliot, Pound, otros). ¿Cuáles crees que son las influencias actuales?
Tocar este tema es arriesgarse a trasnochar y amanecer en un largo debate. Creo que hay tantas influencias como poetas existen. Y sin embargo no es raro ver a un poeta negar las similitudes de su obra con las de otro que jura ni siquiera haber leído. Puede ser verdad esto, pero habría que preguntarse entonces si en sus lecturas haya incidido otro poeta que haya bebido de las aguas que el primero niega. A estas alturas es muy difícil como escritor estar plenamente consciente de las influencias que rondan la obra personal, más con la sobreinformación del mundo actual. En el caso de Costa Rica, la poesía norteamericana ha tenido gran importancia en la estética de algunos autores, desde Poe, Emily Dickinson, pasando por Wallace Stevens, Robert Frost, Anne Sexton, algo de la poesía Beat y los que ya mencionaste en la pregunta. También encuentro ecos de la poesía española de los años 50: Antonio Gamoneda, José Hierro y Jaime Gil de Biedma; y de la gran poesía latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX: José Watanabe, Ledo Ivo, Roberto Fernández Retamar, Blanca Varela, Juan Gelman, entre muchísimos otros. Creo que esa mezcla de culturas que somos por nuestra ubicación geográfica se ha visto reflejada en la mixtura de la poesía costarricense, sobre todo en lo que llevamos del siglo XXI y gracias al auge de las tecnologías de comunicación que permiten un mayor acceso a material literario que antes no podía conseguirse de otra manera que no fuese mediante los libros. Lo importante, a mi parecer, es saber canalizar esas influencias de tal manera que no nos convirtamos en meros imitadores. Un poeta serio debe leer poesía de todas las épocas y de distintos movimientos. Es una tarea ardua y que evidentemente deparará algunas frustraciones, una que otra antipatía hacia ciertos autores, pero si se logra una ósmosis con lo positivo de todas esas propuestas, se notará el resultado en el papel.
-Cuáles son para ti los poetas vivos más importantes de tu país y por qué?
No tengo la autoridad académica para señalar con fundamentos sólidos a los poetas vivos más importantes de Costa Rica, pero podría citarte la extensa trayectoria de Alfonso Chase, Julieta Dobles y Osvaldo Sauma. A ellos los respalda una vasta y laureada bibliografía a cuestas, de una calidad literaria que no da lugar a dudas. Claro que estas opiniones, sea cual sea el escritor al que se le pregunte, siempre llevan una alta carga de percepción personal, así que amparado en ello también podría mencionar algunos autores de generaciones más recientes que vienen escribiendo muy buenos libros y que se toman el oficio de poeta con total responsabilidad, sin apoyarse en la parafernalia para sacar adelante su obra. Entre ellos destaco a Mía Gallegos, Mauricio Molina Delgado, Juan Carlos Olivas y David Cruz.
-¿Qué opinas de las opciones poéticas metaescriturales, digamos poesía sonora, poesía visual, etc?
Para nadie es un secreto que el poeta es susceptible a tomar la música, el teatro, el cine, la escultura o cualquier otro arte como parámetro enriquecedor de su obra, pero no estoy tan seguro de la necesidad de utilizar ciertos recursos visuales o sonoros para reforzar la presentación de un poema. En mi caso personal, si ya sufro con sólo la idea de leer en un recital, llevar más allá esa experiencia no pasa ni de lejos en mi cabeza. Si otros poetas lo hacen y a su público le gusta, pues muy bien por ellos, pero debe tenerse cuidado de que el poema sea suficientemente fuerte para no quedar en un segundo plano con respecto a la expresión escénica. Me ha tocado ver en vivo algunos de esos "performances" en los que el poeta derrocha teatralidad e histrionismo, pero si cerramos los ojos y nos concentramos en escuchar el poema, nos queda prácticamente nada. Un texto plano e insulso con algo de provocación como artimaña. Si el poema no se sostiene por sí mismo, cualquier otro intento por maquillarlo es inútil.
-En tu opinión cuál es la relación entre el poeta y el ejercicio de la crítica literaria. ¿Crees que la mirada crítica es importante para el poeta de hoy?
Por desgracia, debo confesarte que vivo en un país donde existen pocos espacios para el análisis profundo e imparcial de los libros que se publican; así que lo más seguro es que quien escriba una reseña para tu nueva obra sea otro escritor con quien tienes cierto nivel de amistad, y entonces obtendrás una semblanza en la que relativamente sales bien librado; o bien, si alguien se digna en leer tu poemario y no formas parte de su cofradía, terminará comparándote con otro autor que goce de sus afectos y te hará añicos. Es más probable que obtengas un enfoque objetivo de tu obra por parte de un autor extranjero que de uno de tu misma nacionalidad.
A eso agreguemos el hecho de que la población costarricense es de poco más de 5 millones de habitantes y que el hábito de la lectura no es precisamente una de nuestras fortalezas. En el sistema educativo actual algunos docentes optan por facilitarle a sus estudiantes los resúmenes de los libros que van a estudiar (Don Quijote es el caso más escandaloso), y una encuesta reciente arrojó el nada alentador dato que de cada 30 estudiantes sólo 3 o 4 terminan la lectura completa de algún libro. Con este escenario, es casi lógico que existan pocos medios para la crítica literaria. Pero más que nada, el verdadero poeta debe tener el valor de afrontar una severa autocrítica. Y en compensación, debo mencionar que en los últimos años el gusto por la lectura viene en aumento entre la gente más joven. Y hay iniciativas privadas que fomentan ese hábito. Siempre es bueno conservar la esperanza.
-Internet ha propiciado o, por lo menos, ha revelado una difusión y práctica inusitada de la poesía. Cada vez hay más poetas en todos lados y ya casi se pierde en el relativismo el ejercicio poético. ¿Crees que no se puede decir a nadie que no es poeta o consideras necesario establecer un rasero, un parámetro?
Es complicado. Cualquiera puede y tiene derecho a escribir unos cuantos versos, pero esto no es suficiente para ser poeta. Establecer un parámetro puede ser odioso si le dices a un señor que vende frutas en el mercado o a una muchachita que no ha leído más que sagas románticas que lo que escriben no tiene valor literario. A mí me encanta que la gente escriba, y que mediante la escritura encuentren un momento de felicidad y plenitud; aunque eso no quiere decir que me tenga que gustar todo lo que escriben. Primero, un lector que se precie no va a andar buscando nuevos talentos entre las publicaciones de sus contactos en las redes sociales. Es muy fácil sorprender a la compañera de trabajo con unos versitos cursis. Y segundo, es responsabilidad del propio escritor superarse mediante la lectura atenta y el ejercicio insistente y honesto. Cuando uno decide seguir el camino de la literatura es necesario fijarse su propio parámetro: si piensa en grande, publicar libros y hacer una carrera respetable; debe esforzarse y trabajar en grande. Si no quiere asumir todas las responsabilidades que esto conlleva, mejor se queda llenando cuadernos en el anonimato. Lo que me parece realmente grave es andar diciéndose poeta uno mismo, como hacía Jaco Pastorius cuando se presentaba como "el mejor bajista del mundo". Eso es algo prepotente. No nos corresponde a nosotros autoproclamarnos como tales. Es la gente (y aquí hablo tanto de académicos como de público en general) quien debe otorgarle ese título a quien lo tenga bien ganado. Como todo trabajo, la poesía debe asumirse desde la responsabilidad, la capacitación y el mejoramiento constante.
-¿Cuánto tiempo dedicas a la escritura y a la lectura? ¿Los practicas diariamente o te sometes a los dictados de la inspiración?
Practico a diario la lectura. Aprovecho el poco tiempo libre que me queda para refugiarme en algún libro: mi trabajo queda a dos horas de mi casa, así que leo en el autobús, en los recesos del desayuno y el almuerzo en la oficina, una o dos horas por las noches cuando mi familia se va a dormir y un poco más los fines de semana. En promedio, leo de cuatro a seis libros mensuales de diferentes temáticas. La literatura es mi único acto de subversión; sin ella soy un tipo ordinario, con un trabajo de poca monta, una familia por la que debo velar y todas las deudas que derivan de ello. En cambio, con la escritura no tengo un horario definido. Puedo pasar un tiempo sin escribir una sola línea, pero luego vienen otros muy productivos al menos en cantidad. Hay que tener en cuenta que el poeta no necesariamente escribe sobre el papel; muchas veces lo está haciendo en su cabeza, madurando una idea, observando algún fenómeno que lo atrae, leyendo algún artículo científico o una noticia cualquiera. La buena lectura es otra manera de escribir. También suelo tomar alguna nota rápida en un cuaderno: un verso, una sola palabra, un punto de vista, un recordatorio, algo en lo que intuyo una mínima utilidad literaria. Y por lo general, suelo escribir cuando siento que tengo algo importante que decir. Más que en la inspiración, yo creo en la disciplina y en la convicción de estar en constante aprendizaje.
-Explícanos algunos detalles sobre tu proceso creativo. ¿Escribes a mano o de frente en computadora? ¿Cómo surgen los poemas en ti, empiezan con el primer verso, con una imagen, un tema específico?
No soy tan metódico en ese aspecto. Utilizo lo que tenga a primer alcance. La poesía me gusta escribirla a mano, en un cuaderno; es bueno permitirse ciertos romanticismos. Pero si de casualidad voy en un transporte público, me viene una idea y el movimiento me impide seguir los renglones, saco el celular y escribo en alguna aplicación de texto. Al llegar a casa transcribo todo en la computadora para facilitar la corrección posterior. En cuanto al surgimiento de los poemas no tengo una receta. Las fórmulas poéticas me parecen nocivas. Soy como el "animal en extinción" que canta La Barranca: "eternamente en construcción, pero sin plan maestro". Hay textos en los que la primera línea que escribo marca el rumbo del poema, pero en otros casos lo primero que escribo queda revuelto en algún sitio. A veces construyo un verso clave, pero sé que necesita algo más de historia al principio o al final. O bien, empiezo a descartar y resumir hasta que me queda un poema muy corto. Otras, cuando creo tener un texto ya terminado, me pongo a releerlo y altero su orden, hago un verdadero rompecabezas hasta sentirme complacido, o bien, decido desecharlo. Todo es válido con tal de que la intensidad del poema nunca decaiga.
-Si quieres puedes compartir un poema inédito.
ALBATROS
Soy hijo del agua y de la Tierra
pero mi sepultura está en el Viento.
(León Felipe)
Sospecho que porto el alma de un albatros
e intuyo la tormenta al mínimo escalofrío.
Los muertos de la mar alguna vez me hablaron,
cargué sobre mi cuello sus voces legendarias;
sospecho que si sueño
con oleajes y hondonadas
es que volé dormido
a reposar sobre el océano,
detuve mi plumaje en la nave de un recuerdo
y vi la juventud que regresaba
con mástiles inclinados y proa sumergida
a besar las arrugas que me esculpió la carne
cuando después de tanto baile
tanto ritual de iniciación
y gregarismo
por instinto reduje mi círculo de amigos
y con cierto dolor profesional
me resigné a la monogamia,
fijé la mirada en sentido de los alisios
desde el lejano islote en que anidé
junto a mi Rara Avis elegida.
Sospecho que porto el alma de un albatros,
vuelo y aterrizaje aprendí de mis ancestros.
De vez en cuando planeo
sobre una ráfaga de utopía
y si la noche lo amerita,
me desvelo a señalar las direcciones
de la muerte,
consciente de que un día
el viento vendrá por mí
para elevarme;
no habrá más tiempo ya de transcribir
el canto que se bate de mi pico aletargado
y en la infinitud de su soplido espectral
replegaré mis alas.